lunes, 31 de diciembre de 2012

La noche de Año Nuevo en el Café

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... Pasar la noche de Año Nuevo en el café es propio de familias burguesas. También es propio de familias que, sin ser burguesas, se han quedado aquel día sin cocinera. Y también es propio de los que, no teniendo dinero, tienen crédito en un café y aprovechan el crédito para cenar bárbaramente e irse sin pagar con un gesto de hombre que no está para reparar en minucias. Al irse encienden un puro.
... Esto del puro es muy importante. No se ha dado un caso en la historia del hombre que se va sin pagar que no encienda un puro al salir; ni se ha dado el caso de que encienda el puro él mismo, sino que el hombre que se va del café sin pagar la cena de Año Nuevo llama al camarero y le dice:
... -¿Qué te debo?
... -Tanto.
... -Bueno, pues apúntamelo, y dame lumbre...
... Si dijera sólo: "Bueno, pues apúntamelo", acaso el camarero se opondría a su mutis y hasta llamase a los guardias; pero añadiendo:
... ...y dame lumbre...
el camarero sonríe y se apresura a contestar:
... -¡Con mucho gusto, don Joaquín!
... Y le enciende el puro. Y don Joaquín se va tan contento, y el camarero se queda con la cerilla en la mano.
... Un Año Nuevo en un café siempre es triste.
... Los relojes no dan la hora nunca. Los camareros dan las "medias" cada vez más de tarde en tarde, y los parroquianos se resisten a dar los "cuartos", como ya hemos visto.


Enrique Jardiel Poncela: Máximas Mínimas, 1940.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Misterios (II)

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... Hace un tiempo, cuando una persona se paraba en el oscuro frente a un espejo y repetía tres veces "Bloody Mary", recibía la visita de dicho espectro.
... Ya desde hace poco, este espectro se dio cuenta de que cada vez que lo invocaban era para satisfacer la curiosidad de jóvenes idiotas, por lo que o no acude ante dichas personas, o les muestra por el espejo escenas de "El Último Tango en París".

El Somarova

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... Aquella mujer se llamaba... ¿cómo se llamaba? No lo recuerdo; pero sí recuerdo que sus padres eran de León.
... Vestía de un modo muy elegante, y la exquisitez de sus maneras y costumbres extrañaba mucho, casi tanto como el acto de levantarse de un tranvía para cederle el asiento a uno de la soldadura autógena.
... Al verme por la calle con ella, mis amigos se apresuraban a decir que me engañaba con otro; apunto este detalle para que se den ustedes cuenta de lo hermosa que era.
... Pero no me engañaba con nadie; os lo juro.
... Lentamente, yo, que acostumbraba pisar en todos los charcos los días de lluvia, a romper la contera del bastón y hacer otras cosas de idéntico mal gusto e igual de reprobables, fui volviéndome exquisito y ultrasensible como mi amada; todas las mujeres ultrasensibles y exquisitas verifican en sus amados semejantes transformaciones.
... Al principio todo fue bien. Yo estaba muy satisfecho de mi cambio, de usar camisas de seda, de pintarme las uñas de las manos con esmalte rojo y las de los pies con esmalte azul; de dejarme caer en las butacas con una laxitud oriental, de fumar cigarrillos egipcios manufacturados en Inglaterra, de quemar sándalo en mi alcoba y de absorber bicarbonato diciendo que era cocaína.
... Pero el día en que mi amada me enseñó a beber y a preparar la bebida rusa "somarova", colmo y empíreo de la exquisitez, aquel día comenzó a iniciarse mi desventura.
... Fue en su casa, una tarde en que nos aburríamos como dos rompientes de acantilado. De pronto, mi amada se había levantado y me había dicho, entornando los ojos, según la moda de Chamonix.
... -Felipe... Voy a enseñarte a preparar el "somarova". El "somarova" es una bebida rusa...
... -¡Ah! -dije sencillamente.
... -Aprendí a hacerla el año pasado que estuve con mi abuelo pescando truchas en el Volga.
... -¿El Volga no es un volcán?
... -No. Un río.
... -¿Francés?
... -Ruso.
... -¿No pasa por París?
... -No.
... La circunstancia de que no pasase por París, cosa que hace todo el que se estima, me forzó a desdeñar un poco el Volga.
... Mi amada había empezado a preparar el "somarova" e iba dándome explicaciones.
... La operación era complicada.
... -¿Ves? -decía-. Se exprime un limón y una naranja en una jarrita de café, y se le añade azúcar; se mueve bien con una varilla de cristal y con la cucharita se retiran las pepas que hayan caído al exprimir. Se vierte en la copa de metal hielo, ron y anís, a partes iguales, y se echan en la mezcla algunos granos de menta y dos o tres frutas escarchadas. En el licor así obtenido se escancia el café y lo demás, y vuelve a removerse a conciencia. ¿Te das cuenta? Ahora se cogen guindas, se mojan en éter, y el "somarova" está dispuesto.
... -¿Y... ya?
... -Ya no falta más que beberlo.
... Efectivamente; mi amada cogió el vaso en forma de búcaro y se lo tomó todo de un golpe.
... -Pero, oye -murmuré yo-. ¿Y yo?
... -Hazte más. Ya sabes cómo se prepara...
... Cogí el limón y lo exprimí en agua; añadí éter; junté ron, frutas escarchadas, naranja y anís, eché azúcar, revolví y me lo tomé, después de comerme dos granos de menta y de mascar un trozo de hielo. Me hizo la impresión de que tomaba zotal.
... -¿No te gusta?
... Tuve el valor de no responder. Y me fui a casa.
... Pero al día siguiente ordené a mi doncella que me trajese media docena de pasteles, perejil, mostaza, goma arábiga en polvo, tomillo y yeso cocido. Agregué unos pedacitos de badana de un sombrero viejo y me encerré en mi cuarto, donde me dediqué a hacer algunas manipulaciones infernales, rellenando los pasteles.
... Entregué los pasteles rellenos a mi doncella, y ésta los llevó a casa de mi amada con una tarjeta:
... "Amada mía: Tómatelos en ayunas. Son unos pasteles llamados "ascatrocis", que aprendí a fabricar cuando estuve con mi abuelo en Madagascar injertando flautines en palmeras.
... Los "ascatrocis" son exquisitos. - Tu Felipe."
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... Mi amada murió aquella misma noche.
... Los médicos certificaron que de un derrame seroso. Pero los médicos no saben una palabra de Medicina.


Enrique Jardiel Poncela: El Libro del Convaleciente, 1938.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Misterios (I)

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... En una ruta de la región norte, cuando un automóvil pasa por determinado lugar exactamente a la medianoche, desaparece.
... Si el conductor es una mujer, aparece en el mismo lugar, a la misma hora, pero veinte años después. Su apariencia no se ve afectada por el paso del tiempo. Pero si es un hombre, no aparece nunca más.
... Las autoridades se niegan a decir el número de la ruta en cuestión.

Los crímenes del espectador: Golaud debe morir

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... En el primer intervalo me presenté en el camarín de Golaud y le dije con toda amabilidad:
... -Señor, le ruego que me escuche. Todos los espectadores estamos en favor de Peleas y Melisenda. Usted sabe mejor que yo que esos dos jóvenes han nacido el uno para el otro. Pero usted se interpone, los obliga a amarse a escondidas, los condena a un destino miserable. Al final morirán. ¿Y usted qué gana? La viudez y nuestras maldiciones.
... El imbécil balbuceó:
... -No comprendo.
... Le hablé como a un niño caprichoso:
... -No comprende. Sin embargo es fácil. Le pido que renuncie a ese abominable papel que le han asignado. ¿No percibe el vaho de odio que su presencia provoca en el público? Lo detestamos, señor, convénzase. Y amamos y compadecemos a Peleas y Melisenda. Las mujeres hasta lloran. En cuanto a sus compañeros, disimulan porque son buenos actores, pero es evidente que su madre Genoveva y el viejo Arkel desaprueban su conducta y que el pequeño Yniold le tiene miedo. Además, obligarlo a espiar, ¡qué canallada! Resumiendo: usted es el objeto de la animadversión general. ¿No preferiría, siquiera una noche, suscitar nuestro agradecimiento, toda nuestra simpatía? ¿No le gustaría, confiéselo, ver a Peleas y Melisenda cantar a pleno pulmón un dúo de amor mientras el viejo Arkel los bendice?
... Se puso de pie. Creo que temblaba.
... -Pero, ¿qué es lo que quiere de mí?
... Lo miré fijo.
... -En el próximo acto adelántese de pronto hacia las candilejas y dígale al director: "Pare la música". Imagínese la conmoción. Entonces, en ese silencio, hable. "Señoras y señores, sé que todos deseáis que Peleas y Melisenda sean felices. ¿El obstáculo soy yo? Pues bien, me hago a un lado. Adiós". Y sombrío y taciturno, pálido, envuelto en una capa negra, monte a caballo y entre el resplandor de las antorchas parta hacia la guerra, donde se dejará matar. Le prometo que sabremos apreciar su sacrificio. Lo aplaudiremos estruendosamente. Cinco o seis salidas a escena abierta. Y después que usted se haya ido, Peleas y Melisenda podrán, por fin, acostarse juntos. No los prive, siquiera una vez, de esa felicidad. No nos prive a nosotros de la satisfacción de levantarnos de nuestras butacas, no con lágrimas en los ojos, sino con una sonrisa en los labios. ¿Qué quiero de usted? Ya ve. Poca cosa. Un mutis a tiempo. En las próximas funciones podrá seguir representando su papel hasta el final, si tanto le gusta. Pero esta noche, se lo pido sólo por esta noche, váyase.
... Intentó dar un paso hacia la puerta. Yo se lo impedí.
... -Escuche, me hago cargo de sus objeciones. No acepta ser cornudo consciente. Es una razón respetabilísima. Pero considere que durante muchos años, en todos los teatros del mundo, usted demostró ser un marido puntilloso, celoso de su honor. ¿Cuántas veces mató ya a Peleas? Miles. Su reputación está a salvo. Conocemos de sobra su carácter. De manera que si en esta única función se muestra dispuesto a ceder, nadie lo acusará de complaciente. Al contrario. Entenderemos que es una tregua que nos concede a todos,  Peleas, a Melisenda, al público, a usted mismo. Un respiro, una pausa en esta historia desdichada, una cortesía. Mañana volverá a cumplir escrupulosamente sus deberes de marido. Y cuando de nuevo mate a Peleas, cuando otra vez arrastre a la pobre Melisenda a la desesperación y a la muerte, los espectadores, recordando lo de esta noche, comprenderán que usted en el fondo no quiere hacer mal a nadie, pero que se ve extorsionado, por un texto implacable, a representar este papel antipático. Ya nadie lo aborrecerá. Todo habrá cambiado. Lo miraremos con secreta piedad. Hasta es posible que las mujeres, enternecidas, también lloren por usted. ¿Qué me responde?
... El infeliz se sentó frente al espejo y empezó a retocarse el maquillaje.
... -Usted está loco -masculló-. Yo debo atenerme al libreto.
... Lo miré más de cerca y de golpe comprendí. No era sólo Golaud. Era también el barón Scarpia, Yago, Hagen, el conde de Luna, Giovanni Malatesta. Era el mismo incordio que en todas las obras se opone a los amores de los jóvenes y les arruina la felicidad. No, no lo convencería. Y aunque consiguiese esta noche apartarlo de Peleas y Melisenda reaparecería mañana junto a Tosca, a Desdémona, a Sigfrido, al Trovador y a la patética Francesca da Rímini. Debía eliminarlo de una vez y para siempre. Rápidamente, silenciosamente le clavé un puñal entre los omóplatos y me escabullí del camarín.
... Cuando, ya sentado en mi luneta, esperaba que el telón se levantase y que Peleas y Melisenda, libres de Golaud, cantasen la apoteosis de su amor, un hombre vestido de negro apareció en el escenario y anunció que la función se suspendía por enfermedad del barítono. Es inútil. La nefasta ralea de los Golaud siempre se sale con la suya.

Marco Denevi: Parque de Diversiones, 1970.